Ya entramos hace rato con todo a la onda escolar, y es aquí cuando rescatamos el gancho de venta de una afamada pero ya extinta multitienda. El cuento de todos los veranos con Michaely (¡la-gran-tieeeen-daaaa!) y sus uniformes, era que todos traían regalos. También mencionaban su calidad, resistencia, precio conveniente y que encima eran bonitos, pero el punto llevado a la insistencia era que, por la cresta, dejar marcado hasta la saciedad y más allá que, escucha bien esto y que te quede en tu cabeza de burro: ¡TODOS TRAEN REGALOS! Y ya, saltando a la siguiente década, el mensaje se hizo aún más impajaritablemente simplificado: ¡todos traen regalos! (y ya, listo, porque absolutamente nada más importa).

Muchos de mi generación aprendimos a temprana edad a desconfiar de estos ofertones, por consejo de nuestros papis, que ya tenían súper claro que una multitienda nunca regalaba nada y que, al final, había que comprar mirando el producto en sí y no los regalitos. Llámenlo “compra inteligente”, “cultura de pobre” o como se les ocurra.

¿Todavía se podría hacer? Obvio, y saldría hasta más conveniente: después de comprar los uniformes, haz tú mismo una visita flash al “chino” y cómprale a tus brocacochis cosas de a luca, que al final son como parecidas. Y, mira tú que choriflai, podís hasta elegir el “regalo”. ¿No te parece genial? OK, no.

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