Es oficial. Mi vida online es fea y triste. O, sin ser lapidario, no es linda. Ni siquiera tiene esas pequeñas alegrías como escribir algo y te lo retuiteen o le den "dedito arriba". Mejor dicho, sí, hay cosas que las escribo y otro las retuitea, pero son pocas y los conectados generosos son pocos, contados.
Estamos en tiempos en que la fama vale tanto como la plata. Estamos en tiempos en que el "estar conectado" tiene el potencial de darle fama a cualquier torrante que tenga una inspiración para compartirla. Ya pasamos los tiempos en que con un blog trasnochado aparecías al otro día comentado en LUN. Eso era un vaso de leche comparado con lo que pasó después. Y llegó Twitter y los primeros usuarios que "supieron hacerla" agarraron "fama" y, a puro no tener más vida que Internet, llegaron a la categoría de influyentes y los invitaron a eventos en los que era posible "codearse" con otros influyentes en una especie de "elite" en la que todos se conocen, arman proyectos, emprendimientos o, mucho más simple, se hacen amigos y con un poco de suerte, te consigues pareja. Son esos que siguen a 100 y los siguen 200 mil. Son esos que suben un video a YouTube y tienen 50000 visitas o más en un solo día. Son esos que tuitean cada cinco minutos, van a lugares top frecuentemente y no olvidan nunca hacer check in para que otros vean que sus vidas también son top. En esa elite es facil que te siga un famoso... porque todos son famosos y los famosos se potencian entre sí, porque ya saben, mientras más contactos se tienen, más rápido llegan más.
Y en eso aparecen comerciales que apuntan al exitismo. A enganchar con el chileno aspiracional. En el terreno online, a la fama, a los contactos, a la influencia. Si nadie te retuitea algo o le pone "manita arriba" en Facebook, bórralo rápido, no vaya a ser que otros vean que eres un fracasado. Llegamos a un momento en que la influencia vale tanto o más que un poto en un comercial de cerveza, un perro de 500 mil pesos en un comercial de Dog Chow, o, por qué no, el amor de tu vida en un comercial de chicle de 100 pesos.
Como a alguien alguna vez le escuché, qué es lo que más importa en el mundo, no es el amor, es... la fama, a pequeña o gran escala. Eso que se logra tarde o temprano y que hace que mucha gente te admire y piense que eres el mejor. Y lo que es el subproducto de la fama, que es el ego. El ego es la nueva riqueza, el nuevo oro, la nueva joya para lucir y ostentar. Y esa joya ostentosa la consigues con un pedazo de plástico con tripas de cobre y silicio en el bolsillo. Negocio redondo.
Estamos en tiempos en que la fama vale tanto como la plata. Estamos en tiempos en que el "estar conectado" tiene el potencial de darle fama a cualquier torrante que tenga una inspiración para compartirla. Ya pasamos los tiempos en que con un blog trasnochado aparecías al otro día comentado en LUN. Eso era un vaso de leche comparado con lo que pasó después. Y llegó Twitter y los primeros usuarios que "supieron hacerla" agarraron "fama" y, a puro no tener más vida que Internet, llegaron a la categoría de influyentes y los invitaron a eventos en los que era posible "codearse" con otros influyentes en una especie de "elite" en la que todos se conocen, arman proyectos, emprendimientos o, mucho más simple, se hacen amigos y con un poco de suerte, te consigues pareja. Son esos que siguen a 100 y los siguen 200 mil. Son esos que suben un video a YouTube y tienen 50000 visitas o más en un solo día. Son esos que tuitean cada cinco minutos, van a lugares top frecuentemente y no olvidan nunca hacer check in para que otros vean que sus vidas también son top. En esa elite es facil que te siga un famoso... porque todos son famosos y los famosos se potencian entre sí, porque ya saben, mientras más contactos se tienen, más rápido llegan más.
Y en eso aparecen comerciales que apuntan al exitismo. A enganchar con el chileno aspiracional. En el terreno online, a la fama, a los contactos, a la influencia. Si nadie te retuitea algo o le pone "manita arriba" en Facebook, bórralo rápido, no vaya a ser que otros vean que eres un fracasado. Llegamos a un momento en que la influencia vale tanto o más que un poto en un comercial de cerveza, un perro de 500 mil pesos en un comercial de Dog Chow, o, por qué no, el amor de tu vida en un comercial de chicle de 100 pesos.
Como a alguien alguna vez le escuché, qué es lo que más importa en el mundo, no es el amor, es... la fama, a pequeña o gran escala. Eso que se logra tarde o temprano y que hace que mucha gente te admire y piense que eres el mejor. Y lo que es el subproducto de la fama, que es el ego. El ego es la nueva riqueza, el nuevo oro, la nueva joya para lucir y ostentar. Y esa joya ostentosa la consigues con un pedazo de plástico con tripas de cobre y silicio en el bolsillo. Negocio redondo.
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