Prende la Tele: El extraño mundo de TVO

  • Por Preto
  • abril 15, 2013


Publicado originalmente en revista Glamorama, 11 de noviembre 2005. Link a Foros Fotech (puede requerir autenticación). 

Una casa de dos pisos es donde TVO graba sus 16 programas. Un solo estudio para 16 espacios, camarógrafos que ofician de productores y choferes para las locuras de Bonvallet, Jiles, Cordero y el resto de los 60 rostros que día a día graban sus programas. No existen muchas pautas y, aunque no abundan los recursos, todo está permitido.

TVO "Rompe con Todo". Así, literalmente. El eslogan del canal no puede ser más apropiado para describir un día en la surrealista cotidianidad de "el" estudio de la señal de la banda UHF. Sí, "el" estudio, porque los 16 programas que se emiten de lunes a viernes se graban en un ambiente. Sólo hace falta girar las ruedas de las tres cámaras un par de grados para tener otra escenografía distinta y otro programa. Una casa de dos pisos en La Dehesa, con un alicaído jardín lleno de escombros y antigua escenografía destruida, e incluso una cocina en donde comparten ejecutivos, directores, camarógrafos que ofician de productores, coordinadoras de piso que hacen de choferes y uno que otro estudiante en práctica con ansias de fama que persigue a directores y productores con un bosquejo del programa que según él "va a revolucionar la televisión chilena".

12.38 p.m. La doctora María Luisa Cordero llega con trote cansino y algo atrasada, para conducir junto a Ricardo Calderón el programa Con Licencia. "Oiga mijito, ¿usted es nuevo?", interroga a uno de los camarógrafos. "No señora, estoy desde mayo", responde el aludido. "Ya, ojo con la toma desde abajo en la empezada, no quiero que se me vean los rollos", dice la polémica doctora, buscando desesperada sus anteojos dentro de su cartera. Advierte que comenzará el programa hablando del Mes de María. "Traje un cuadro de mi casa", dice acomodando el retrato de la virgen en el mesón. Así, sin pautas establecidas, en TVO se puede hacer y deshacer básicamente lo que se quiera.

Primera llamada al aire. Una compungida señora cuenta su drama. Está enferma y en su trabajo no la quieren proveer de una licencia que justifique su ausencia. Después de escuchar los sollozos y súplicas, Cordero toma la palabra: "Oye, primero que todo, déjate de llorar", dice seca. "Ud. es la doctora Cordero, dígame ¿cómo voy a vivir hasta que esto se resuelva?", contesta la telespectadora. "Pide plata prestada poh. Ya, pasa a mi consulta mañana y yo te doy una licencia". Así nomás. Fin de la comunicación y Ricardo Calderón aún no toma la palabra. Esa será, básicamente, la tónica el resto del programa.

14.30. Giro de cámaras en 45 grados y el programa Te Escucho, conducido por Patricia Silva. Una hora donde la periodista literalmente "escucha" a sus telespectadores, pero sin dar soluciones a sus problemas. Limitándose, de tanto en tanto, a hacer una que otra observación como, por ejemplo, "te entiendo, veo claramente adónde vas con esto" o "sí, a mí también me ha pasado". Fuentes de la estación cuentan que en una oportunidad, Silva no pudo contener la risa ante una llamada, por lo que se decidió dividir el programa en dos segmentos, para dedicar la segunda parte a una tarotista llamada Kiara (que habla del poder de unos tales "arcanos" y que insiste en que lo que ve en las cartas se debe contar en privado) y un abogado que soluciona problemas legales.

15 horas. Llegó, por fin, el break de almuerzo. Habrá un receso hasta las cinco de la tarde, hora en la que llega Pamela Jiles. Ante la ausencia de un casino o cafetería, algunos hacen cola para calentar su almuerzo en el microondas de la cocina del canal, y otros salen a comer al restaurante peruano de la esquina, con el cual hay convenio. Sólo una condición: volver a las 17 horas en punto, porque a esa hora llega Pamela Jiles. Todos coinciden, medio en serio y medio en broma, en que se "debe recuperar fuerzas para el momento más tenso del día".

Pamela Jiles, la diva

El lunes 7 de noviembre a las 20.30 horas se realizó la celebración de los cuatro meses al aire de TVO, con cierto glamour, en el Hotel Regal Pacific. Sergio Riesenberg, director de TVO, después de un arengador discurso, comienza a decir nombres. Uno por uno, invita a los 60 "rostros" al escenario para posar para la prensa y los canales de televisión. "...Patricia Silva, Eduardo Bonvallet, Pamela Jiles, Margarita Hantke, Flaviana...", locutea cual Vodanovic en pleno festival. Todos suben, menos Jiles, envuelta en una túnica calipso. Se escucha decir "yo soy rostro pues, no rostrillo". No sube y decide salir del salón.

17 horas. Ha llegado el momento. La incisiva periodista ha arribado a la "casa-canal" y todo el mundo corre despavorido. Tiene que estar todo listo e impecable. Desde que su programa está al aire, al menos tres productores han "arrancado" al no tener la paciencia para complacerla en sus peticiones, como, por ejemplo, tener dos bandejas de sushi, vino y agua mineral para agasajar a sus comensales en la sala de pautas. Parte el programa Pamela Chile... Horror, portazo en la sala... Jiles se niega a hacer la mención al aire de la fábrica de muebles que diseñó la escenografía: "No quiere, no hay cómo convencerla", dice alguien. Finalmente se decide zanjar la situación llamando al dueño del canal, "la única persona que Pamela escucha", dicen.

En el programa Pamela Chile, Jiles invitará a personajes de la política abanderados con cada uno de los candidatos presidenciales para discutir. "Sólo está prohibida la agresión física", dice un productor. Ella, sentada en un trono con "dos guardianas" a su lado, oficia de mediadora. "No voy a empezar el programa hasta que salgan todos del estudio", vuelve a subir la voz. Sólo están autorizados los camarógrafos. Ni siquiera los asistentes, ya que, según Jiles, "me distraen y distraen a los invitados".

Otra vez vuelve la calma, la periodista ha concluido su programa y, al parecer, ha quedado conforme. La transmisión de un espacio envasado permite un receso hasta las 20 horas. Algunos toman café en los sillones, otros salen al patio a fumar e incluso una bicicleta permite matar el tiempo. En el segundo piso, Sergio Riesenberg, director del canal, sale de su oficina en tenida dominguera y baja a revisar si las cosas están bien. Comparte con todos: ejecutivos, productores, camarógrafos, maquilladoras. "¿Todo bien?" pregunta, pega un par de palmotazos en la espalda y luego vuelve a subir.

20.30 horas. Llega a la sala de maquillajes Margarita Hantke, ex rostro de Medianoche (TVN). "Oye, comprar un ventilador vale 15 lucas, me estoy cocinando", dispara algo hiperactiva a la maquilladora. Repasa sus temas para Noticias al Día, el programa que conduce, y se dirige al estudio, sin antes alegar por el maquillaje, manicure y vestuario. Exige ventilador en el estudio y lo instalan, pero luego, en comerciales, recrimina que se le "vuelan" los papeles. "Así es ella, un poco histérica con el trabajo. A veces llega un poco tarde y se excede en el tiempo, y le deja menos tiempo al Gurú", dice alguien.

La noche de Bonvallet

21.30 horas. Sale Hantke, entra Bonvallet. Cuentan que en algunas oportunidades, Hantke se ha excedido en 10 minutos, lo que ha enfurecido de tal manera a Bonvallet que ha optado por retirarse del canal: "Dice las menciones de los auspiciadores y se va". Afortunadamente esta vez los tiempos estuvieron precisos. El reencuentro de ambos rostros se produce en el pasillo. No se miran, pero se respetan. "Adelante", le dice Bonvallet en tono irónico y ella responde en el mismo tono: "Graaaacias".

El "Gurú" se nota cansado. Ojeroso. Su hija Amalia nació el martes, a las 19.20 y desde entonces no ha parado. Llega a la sala de maquillaje y se tira en la silla. Todo el mundo lo saluda efusivamente: "Buena Bonva, felicitaciones", es lo único que se escucha. El se da el tiempo para recibir cada uno de los abrazos, besos y apretones de mano. Es tímido, completamente antagónico al personaje, que disfrazado o no, cada domingo roba pantalla en el programa C.Q.C. de Mega que incluso originó una sección: el Bonvallet de la semana. "Tu cachai que no sé de qué puta voy a hablar hoy día", lanza al que lo escuche. Alguien le sugiere que cuente el día que pasó en la clínica, esperando ver a su hija. "Ya poh", responde. Pide un vaso de agua y se queda estático al frente de la cámara principal. No hay sonoprompter ni pautas.

Dependiendo del día, Bonvallet relata en 20 minutos lo que se le ocurra. Tiene todo el respaldo. Pasa un minuto y medio y sigue paralizado. "Preparado Eduardo. 3, 2, 1... ¡al aire!", dice el coordinador mientras el comentarista mira fijamente hasta que se prende la luz roja de la cámara central, señal de que está al aire. Ahí se transforma: "Buenas tardes chilenos, aquí llegó el Gurú", grita. Y no parará más. Una rutina al estilo "Coco Legrand y su testículo", en donde interactúa con camarógrafos, maquilladores y asistentes y cuenta su ansiedad, esperando a Amalia al interior de la clínica. Prende un cigarro, a pesar del letrero "No fumar". Nadie le dice nada, todos escuchan atentos. "No digai pausa huevón, esta hueá va a seguir hasta que termine de contar la historia", grita. Todos ríen, pero finalmente se apaga la luz y termina el programa. Bonvallet se retira en silencio, toma sus cosas, ofrece "un aventón" y se retira en su automóvil Mini Cooper amarillo. Silencio total. 

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