Un año particular, muy particular este que ya se nos acaba. Un año que ha sabido de ya incontables actos de manifestaciones y protestas que se diluyen en diversos orígenes, desde los "hippies" en contra de Hidroaysén hasta llegar nuevamente a manifestaciones por cambios en la educación, cambios profundos que vayan más allá de soltar la billetera y hacerse el lindo, más allá de prometer una nueva reforma que sigue dejando cabos sin atar y que, entendiéndose que no puede ser de un día (o de un año) para otro, es una deuda histórica desde la llegada de los gobiernos concertacionistas y más allá. Por alguna razón, los gobiernos de derecha suelen ser más "vulnerables" a protestas y manifestaciones. Cuando estaba en la media tuve que leer un libro que constaba de historias cortas y una de ellas ocurría en la primera mitad de los sesentas, bajo el gobierno del derechista Jorge Alessandri, y daba a entender un escenario tan parecido, que me es imposible no hacer la comparación. Hoy en día, el lucro es denostado y se han dado tantos fundamentos.
Este año nuevamente hay una Teletón. Nuevamente, porque es casi una institución nacional, porque ya varias veces al gobierno se le ha deslizado la idea de hacerse cargo de las personas con discapacidad como parte del presupuesto nacional, pero al final no se llega a nada. Y es esta imponente figura pública que ya por más de treinta años se tiene que ocupar de dirigir el barco, salvo excepciones, una vez por año. Una figura a la que se le critica y se pone en duda si su aporte es ad honorem o si se lleva alguna tajada de la torta de las recaudaciones. Y el enjambre de dudas sigue: de si las figuras públicas que aparecen dando su apoyo a esta "noble causa" (término manoseado hasta dejarlo baboseado) terminan también queriendo obtener favores de quién sabe qué tipo. De la magnitud de la exención tributaria ("evasión tributaria" le llaman otros) que significa hacer una donación a nombre de una empresa. Del despliegue publicitario en estas fechas de algunas empresas para sus productos de consumo con el mensaje "mientras más compre Pin y Pan, más estará ayudando a los niños de la Teletón..." y del momento en que anuncian la cifra del aporte de tal o cual empresa y de lo "fácil" que es estimar que la empresa pudo aportar mucho más luego de ver al gerente/subgerente/encargado de marketing, etc. entregar la cifra del aporte total. Al final es una máquina mediática que usa a las empresas y a su vez éstas usan esta instancia. Un juego de ganar-ganar ideado, archiprobado e infalible.
La otra mitad la constituyen los avisos de la campaña en sí. Cada año se esfuerzan más en dar más pena. Si lanzaran la campaña actual en los viejos años 70s, en los tiempos de Super Taldo, te la censuran en dos tiempos. Para mí ver un niño aprovechado para la campaña, hablando en forma confusa o con dificultad, no me da ni pena, ni lástima, ni nada. Que la gente hoy en día esté menos emocionable no es culpa mía. Y así como alguna vez expresé mi molestia por una campaña que daba a entender que cualquiera de nosotros podría terminar sin un brazo ni una pierna por un accidente propio o de la persona que amas (que huevón más infeliz el que creó tal campaña), hoy no me queda más que mantener lo dicho y que si estas instituciones que se supone que están para hacer un bien social tienen que recurrir a infundir el miedo a lo que pueda pasar, al igual que la crónica roja en los noticieros (y si no se ha notado tanto en la campaña previa, sin duda aprovecharán el recurso en sus "27 horas de amor"), es que ya no queda mucho que hacer.
El lucro lo van a ejercer y le van a sacar provecho los mismos de siempre (¿tengo que decir quiénes?), quienes van a ver (y siempre lo han hecho) esta campaña como una vitrina más que además sirve para blanquear imagen. El marketing es sólo marketing, y si es necesario chocar contra lo ético o moral, lo hará. Mientras tanto, la Teletón y su gente van a seguir viviendo al día, con su eterno desafío de llegar a la meta una vez por año y de doblarla cada año que preceda a una elección política. Con su desafío de construir más centros de rehabilitación, pero siempre pensando que el costo total a largo plazo es bastante más que lo que cuesta la sola edificación. Con su representante clásico, el otrora guatón de la diversión de los sábados ochenteros, expresando su amor por la causa, justificando la presencia de las empresas, que pesan el 20% de todo lo recaudado y que sus aportes son depositados al comienzo "para evitar suspicacias". Aún con todo, siempre faltan dos horas, la meta pareciera que no se alcanza, aparece "don Franci" suplicando que la gente vaya al banco, y luego en el show final viene la avalancha de donaciones y llegan a la meta igual, comunmente chorreando unos cuantos millones de pesos.
Aquí no se es ni anti-Teletón ni pro-Teletón. El que crea en esta obra, vaya y deposite. O haga transferencia, estamos en el siglo XXI ya. El que no, respete al que crea.
Pero hay algo que no me van a quitar el enorme placer de decirlo: todo ser humano racional y por tanto dotado de inteligencia, y que además piense que por el sólo hecho de preferir una marca asociada a la campaña está haciendo un aporte concreto... es un soberano hueón.
Este año nuevamente hay una Teletón. Nuevamente, porque es casi una institución nacional, porque ya varias veces al gobierno se le ha deslizado la idea de hacerse cargo de las personas con discapacidad como parte del presupuesto nacional, pero al final no se llega a nada. Y es esta imponente figura pública que ya por más de treinta años se tiene que ocupar de dirigir el barco, salvo excepciones, una vez por año. Una figura a la que se le critica y se pone en duda si su aporte es ad honorem o si se lleva alguna tajada de la torta de las recaudaciones. Y el enjambre de dudas sigue: de si las figuras públicas que aparecen dando su apoyo a esta "noble causa" (término manoseado hasta dejarlo baboseado) terminan también queriendo obtener favores de quién sabe qué tipo. De la magnitud de la exención tributaria ("evasión tributaria" le llaman otros) que significa hacer una donación a nombre de una empresa. Del despliegue publicitario en estas fechas de algunas empresas para sus productos de consumo con el mensaje "mientras más compre Pin y Pan, más estará ayudando a los niños de la Teletón..." y del momento en que anuncian la cifra del aporte de tal o cual empresa y de lo "fácil" que es estimar que la empresa pudo aportar mucho más luego de ver al gerente/subgerente/encargado de marketing, etc. entregar la cifra del aporte total. Al final es una máquina mediática que usa a las empresas y a su vez éstas usan esta instancia. Un juego de ganar-ganar ideado, archiprobado e infalible.
La otra mitad la constituyen los avisos de la campaña en sí. Cada año se esfuerzan más en dar más pena. Si lanzaran la campaña actual en los viejos años 70s, en los tiempos de Super Taldo, te la censuran en dos tiempos. Para mí ver un niño aprovechado para la campaña, hablando en forma confusa o con dificultad, no me da ni pena, ni lástima, ni nada. Que la gente hoy en día esté menos emocionable no es culpa mía. Y así como alguna vez expresé mi molestia por una campaña que daba a entender que cualquiera de nosotros podría terminar sin un brazo ni una pierna por un accidente propio o de la persona que amas (que huevón más infeliz el que creó tal campaña), hoy no me queda más que mantener lo dicho y que si estas instituciones que se supone que están para hacer un bien social tienen que recurrir a infundir el miedo a lo que pueda pasar, al igual que la crónica roja en los noticieros (y si no se ha notado tanto en la campaña previa, sin duda aprovecharán el recurso en sus "27 horas de amor"), es que ya no queda mucho que hacer.
El lucro lo van a ejercer y le van a sacar provecho los mismos de siempre (¿tengo que decir quiénes?), quienes van a ver (y siempre lo han hecho) esta campaña como una vitrina más que además sirve para blanquear imagen. El marketing es sólo marketing, y si es necesario chocar contra lo ético o moral, lo hará. Mientras tanto, la Teletón y su gente van a seguir viviendo al día, con su eterno desafío de llegar a la meta una vez por año y de doblarla cada año que preceda a una elección política. Con su desafío de construir más centros de rehabilitación, pero siempre pensando que el costo total a largo plazo es bastante más que lo que cuesta la sola edificación. Con su representante clásico, el otrora guatón de la diversión de los sábados ochenteros, expresando su amor por la causa, justificando la presencia de las empresas, que pesan el 20% de todo lo recaudado y que sus aportes son depositados al comienzo "para evitar suspicacias". Aún con todo, siempre faltan dos horas, la meta pareciera que no se alcanza, aparece "don Franci" suplicando que la gente vaya al banco, y luego en el show final viene la avalancha de donaciones y llegan a la meta igual, comunmente chorreando unos cuantos millones de pesos.
Aquí no se es ni anti-Teletón ni pro-Teletón. El que crea en esta obra, vaya y deposite. O haga transferencia, estamos en el siglo XXI ya. El que no, respete al que crea.
Pero hay algo que no me van a quitar el enorme placer de decirlo: todo ser humano racional y por tanto dotado de inteligencia, y que además piense que por el sólo hecho de preferir una marca asociada a la campaña está haciendo un aporte concreto... es un soberano hueón.
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