Juro que odio los autos.
Recuerdo el dÃa antes del terremoto. Y recuerdo, era que no, ese cruce en la Gran Avenida que está señalizado para darle preferencia al peatón y que para los prepotentes al volante no es más que un lindo adorno. Intentaba cruzar, pese a que era dificil y el tráfico dejaba poco tiempo. "Ahueonao", me gritó, con su música de narcotraficante a todo chancho.
Qué genial hubiera sido que, por el terremoto, una linda y pesada pandereta hubiese caido sobre esa cosa. O, por esas cosas de la vida, y con unos poderes sobrenaturales, hacer caer el cobertizo de su estacionamiento si es que el terremoto no bastó. O que hubiese sentido el irrefrenable instinto de arrancar al sur y se hubiese topado con un puente cortado. Y asà lo hacemos parecer accidente.
Yo y mi mente maligna. Yo y mi odio.
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