Le pone caritas a los técnicos que instalan el servicio, se la pasa espiando a toda la familia y, por si fuera poco, a todo el vecindario que según ella está revolucionado. Habla como si el mundo girara en torno a la tele. Su labor y su aporte al mundo: quedarse todo el día en la casa o copuchentear con las vecinas de la cuadra mientras el marido trabaja para pagar esa maravilla que revolucionó el barrio completo. Ni despampanantemente sexy como para distraer la atención de lo que está vendiendo, ni un monstruo que haga cambiar el canal. Cual Wilma Picapiedra, ella es como una ama de casa feliz, pero que no se hace problema si el marido se fanatiza con futbol o si de tanto High School Musical los niños no salen de su cuarto. Y entre tanta maravilla, intenta convencernos que la felicidad comienza por pagar 15 lucas al mes por un puñado de canales y así aprender nuevas recetas y mantener al marido feliz sin que haga el ridículo poniéndose un colador en la cabeza y haciendo equilibrio para ver la tele.
Ella es la gurú de Telmex TV. Una persona ni como usted, ni como yo. Es más, estoy casi seguro que no existe.
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