¿Viste alla...? En una de las tantas salidas a almorzar, mi compañero de oficina me señalaba quienes, según él, andaban teniéndole ganas a lo ajeno. No, no ví nada, le dije. Y no me interesaba. No me voy a cagar la vida con ese miedo a lo que jamás me ha sucedido. Y dejé que siguiera gastando el tiempo en contar cuántos flaites tirando las manos encontraba en el Paseo Ahumada, total, para realidad amarillista está la tele. Pero no tomis la bolsa así, me decía cuando trataba de acomodarme a la mano la doble bolsa negra donde llevaba la Playstation 2 flamante y recien comprada en el Eurocentro. Agota que a uno a cada rato le estén haciendo notar sus torpezas. Y es que no estoy aquí para deslumbrar con mi astucia en medio de la selva del centro. ¿Me permite ser feliz? No importa si usté ya se rindió y aportilla hacia abajo. Al menos déjeme a mí con mi cuento.
En la oficina no hay semana en donde no se hable al menos un día sobre delincuencia. Y esa tarde, casi corriendo para comprar antes que quedara la cagá en el centro con los huevas de siempre. Todos corriendo, pidiendo permiso en las oficinas para salir antes y huir rápido a casa, viviendo toques de queda impuestos por quienes, supuestamente, fueron los mismos que luchaban contra ellos hace 20 años.
Llévese su miedo. Aquí molesta. Quiero ser feliz. Si usted no, pues chínguese.