En los ochentas, casi no veÃamos consolas de videojuegos. Pa’ jugar, el “flipper” de la esquina. Pero estaba el boom de la computación y, aunque no tuviéramos un computador, todos sabÃamos que existÃan. Y en Chile, como en otros paÃses, estaba la competencia del Atari versus Commodore (junto a otras máquinas que no prendieron mucho, como el Sinclair ZX).
Aquà prendió mucho más el Atari, gracias a que, entendiendo que era una máquina que habÃa que aprender a usar, la compañÃa que importaba los aparatos, Coelsa, le agregó cosas extra como acceso a programas en español y algo que parecÃa novedoso, el Atari Club de Chile, que era una comunidad de usuarios. Aunque, vale decirlo, esos “programas en español” no eran "made in Atari", sino que en verdad eran creados y distribuidos por compañÃas chilenas como Turbosoft y Prismasoft, que en sus inicios se armaron casi a puro pulso.
Se dio una simbiosis: estas compañÃas vieron en la plataforma una oportunidad de negocio creando software y, por otro lado, a Coelsa ese software de terceros le servÃa para vender más Ataris. En Chile, además, se las ingeniaron para crear un sistema que acelerara la carga de los programas y juegos desde el cassette. ExistÃan disketteras para Atari, pero casi nadie las tenÃa porque eran carÃsimas y por eso se usaba casi puro cassette para todo.
El computador se vendÃa como una maquina educativa más que como un videojuego. Pero todo esto duró hasta que, bueh, llegaron el Nintendo y el Sega y, nada, que hicieron lo suyo.
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