A diferencia de los Estados Unidos, en donde Atari había provocado el crash de los videojuegos de 1983 y había sucumbido ante una imparable Nintendo que, a punta de contratos agresivos, se había quedado prácticamente con toda la industria, en Chile, durante la era ochentosa, los computadores Atari eran el sueño dorado de todo cabro chico. Y todo quien pudiera permitirse ese pequeño lujo se lo permitía. Dentro de toda la movida atariana de esos tiempos, varias empresas chilenas se dedicaron a desarrollar software para estas máquinas, no siempre a la buena y haciendo un esfuerzo único con los pocos recursos de la época. Aquí entran empresas como Prismasoft, que partieron ofreciendo juegos y software educacional en cassette, para luego transformarse en referentes de toda una época. 

La historia de Prismasoft, contada por sus artífices, en un nuevo "Parte de Nuestra Historia" por Frognum, un recomendadísimo de la casa.

Supón que estai en medio de la era ochentosa viendo Éxito con el Pollo Fuentes, y justo se van a comerciales y te tiran este “réclame”. Por ese tiempo, varios desodorantes se pusieron a prometer sex-appeal o la posibilidad de conocer a tu primer amor. Pero había otros que no perdían el foco: combatir la transpiración y punto. De ésos, muchos se fueron hacia lo deportivo (“Rexona no te abandona”) y otros se quedaron en lo fome. Y, en medio de lo más concentradamente fome entre lo fome, estaba Etiquet. Se podría decir que mientras los demás vendían fantasía o grandes figuras del deporte, Etiquet vivía su realidad paralela, la de lo recontra tradicional, infumablemente ñoño, pero directo en el punto: vencer la transpiración, porque qué horrorsh andar to’a shaspirá. Sería interesante saber si al menos cumplían bien la promesa. 

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[vía] 

No todo lo de la era dosmilosa era puro cringe futurista. También habían cosas re divertidas y las llamadas con cobro revertido se habían convertido en una pequeña moda. Entonces fue que Telmex (hoy Claro) nos mostró por la tele a color a un cabro promedio volviendo a casa a la hora del ñafle después del carrete, tratando de no meter ruido, apagando el clásico y humilde Nokia linterna, metiéndose a la cama y, ya cuando creía haber pasado piola... ¡¡¡171 800 200 171!!! ¡Con megáfono el viejo, po’! ¿No habrá sido musho? Ay, pobres vecinos. Igual, como la situación lo amerita, pongámosle el toque de realidad: todos aprovechaban los 2 segundos que daba la máquina para “condensar” el mensaje lo más que se pudiera y hablar gratis. Nadie aceptaba con la cara llena de risa un cobro revertido, y ésos que ofrecían los carrier eran lo caro de entre lo caro, porque, además de tener que pagar la llamada desde el móvil, pagabas el carrier. Como que al final salía más a cuenta cargar plata al prepago, ¿o no? 

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Holanda Comunicaciones, editorial que ya venía publicando la mítica TV-Grama (y su hermana menor, la Video-Grama), creó una nueva revista, orientada a la mujer joven, aunque su fin último no era meramente crear sólo una nueva revista. El 28 de junio de 1989 salió a la venta la primera edición de Miss 17, no sin una campaña de promoción en medios, cuyo primer aviso en la tele fue éste mismo (con la primera versión de su recordado jingle), y en donde ya se comenzaba a promocionar su verdadero fin último: un nuevo concurso de belleza, manifestación última del “auge de las misses” en Chile, gatillado por Cecilia Bolocco al ganar Miss Universe el ‘87. 

La revista (y el concurso) duró hasta 2015, año en que Holanda Comunicaciones quebró, y la última Miss 17 fue Catalina Manríquez, que se quedó sin premiación.

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Uno de esos institucionales de los que cualquier compañía de buena familia se jacta desde que el mundo es mundo. Apenas se empezaba a masificar la tele por cable (aunque esa historia no la comenzaron contando ellos) y aparece esta cosa de Metrópolis Intercom por sus 10 años. Haciendo trampa ahí, ¿ah? Contando los años desde que nacieron como “TV Cable”, antes de la fusión... pillín, pillín. 

A ésta le decíamos Cartuchópolis Censurón, de cariño, en especial cuando gustaba de tapar algunos canales, a la hora que pasaban cositas que a Don Ricardo Claro Valdés no le gustaba que se vieran en su cable, con películas repetidas en VHS. Sí, VHS no más. Ni siquiera un formato profesional como lo que se usaba en cualquier canal decente. 

En la era noventosa, tener TV cable era bien carozzi: con mensualidades que rondaban los $20.000 de la época, unos más de $50.000 en platita de 2023. Y sólo para tener unos 50 canales más. 

Años después, M-I se fusionó con VTR, toda la empresa se convirtió en VTR y las mañas de Claro Valdés fueron heredadas por un tiempo más. 

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Corría 1998 y, de pronto, TVN se quedaba sin espacio infantil, y al poco tiempo, además sin una idea para sustituirlo. Pero surgió un “plan B”. Estación Buena Onda, espacio en donde niños que les gustaban las cámaras, jugaban a hacer tele (y música) en serio, hoy en Directo en el Carnet. 

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