En el anterior Prende la Tele toqué este tema en forma tan-gen-cial (como diría el Coco Legrand de los 80s). Y es que, aunque ya recurrente y practicamente infaltable en cualquier recuento, por no decir en la historia de la televisión chilena, está el show sabatino maratónico de toda una tarde en que se sucedían concurso tras cantante, tras sketch humorístico y luego otro concurso, y así sustantivamente. Las opciones que ofrecía la tele se contaban con los dedos de una mano, pero cuando sabías que ahí estaba el guatón de la diversión, no importaba nada. Cuatro canales al aire y uno le ganaba al resto por paliza. Lo demás simplemente no existía. Cada concurso tenía su sponsor y, aunque no era más que la dinámica que existía en los concursos de la tele gringa, Don Francisco le ponía su aliño. Fue el joven que despeinó la naciente y precaria televisión de los años 60s, luego de insistir e insistir y golpear una y otra vez la puerta del 13, y de ahí no paró más. Ya en los 80s, su época de oro se vio pavimentada por la llegada del color, para quienes tenían la suerte de tener un carísimo TV de ésos. La magia consistía en incorporar el factor emocional en los concursos. Tanto Don Francisco como el productor de esos años desclasificaron el secreto: nadie, nadie que fuera al programa a concursar por un premio grande, podía ir solo. La producción del programa se encargaba de conseguir que un familiar lo acompañara desde el público. Entonces cuando ese concursante se llevaba el gran premio, salía desde el público ese familiar a abrazarlo y a celebrar, y si más familiares lo acompañaban, mejor. Y si eso provocaba un episodio caótico frente a la cámara, mejor aún. En años difíciles, producto del fin del veranito económico del dolar a $39, mucha gente lo pasaba mal y el único analgésico era ese show de toda la tarde. Y veías el triunfo del estudiante, o de la dueña de casa, o del cesante, y sentías que te lo ganabas tú también.
Era el único programa que aunque lo vieras en un TV en blanco y negro, se veía a color.
Hoy, mirando la dinámica de estos concursos, es más o menos facil deducir por qué nunca fueron igualados en su época. Obviando el factor emocional, que ya lo expliqué, el "guatón copión" -como lo llamaba Pepito TV-, tenía más recursos que regalar un millón de pesos o una casa amoblada. Manejaba el tiempo, apurándolo o relajándolo a su antojo. Jugaba con el suspenso. Te hacía dudar. Te mantenía atento hasta el último resultado, para ver si se ganaba el premio o no. Era un tiempo en que el espectador se quedaba esperando a ver cómo el concursante ganaba y no cómo el concursante perdía. Era un morbo, pero un morbo sano, benigno, no como el de ahora. Y cuando eso sucedía, cuando el concursante perdía, uno también sentía un poco de pena. Porque el show lograba eso, identificarte con el que está en la pantalla y, así como cuando el concursante ganaba uno también sentía que se lo ganaba, cuando el concursante perdía en el último minuto uno también se quedaba un poco triste. Y habían concursantes que terminaban llorando en cámara, a veces porque lo perdieron todo, otras cuando el premio tuvo el poder de cambiar sus vidas de un día a otro.
Y así llegamos al extremo. Cuando los premios llegan a simbolizar un triunfo en la vida, el más grande obtenido jamás. Hay una anécdota que Don Francisco comentó un día en una entrevista y que nunca voy a olvidar. En uno de esos concursos en que en cada paso los premios se iban acumulando y cada vez el premio era más grande, hubo un concursante muy humilde que en su cuarto de hora de fama se lo ganó todo. Luego de un tiempo, Don Francisco fue a visitarlo. Vivía en condiciones muy humildes, pero tenía una pieza de madera que albergaba algo especial. Al entrar, ahí estaban los premios, en el mismo orden en el que estaban en el set de televisión. Sin uso, cual trofeos. Cuando el animador le preguntó a esta humilde persona el por qué, le respondió que eran los logros más importantes de su vida.
Era el único programa que aunque lo vieras en un TV en blanco y negro, se veía a color.
Hoy, mirando la dinámica de estos concursos, es más o menos facil deducir por qué nunca fueron igualados en su época. Obviando el factor emocional, que ya lo expliqué, el "guatón copión" -como lo llamaba Pepito TV-, tenía más recursos que regalar un millón de pesos o una casa amoblada. Manejaba el tiempo, apurándolo o relajándolo a su antojo. Jugaba con el suspenso. Te hacía dudar. Te mantenía atento hasta el último resultado, para ver si se ganaba el premio o no. Era un tiempo en que el espectador se quedaba esperando a ver cómo el concursante ganaba y no cómo el concursante perdía. Era un morbo, pero un morbo sano, benigno, no como el de ahora. Y cuando eso sucedía, cuando el concursante perdía, uno también sentía un poco de pena. Porque el show lograba eso, identificarte con el que está en la pantalla y, así como cuando el concursante ganaba uno también sentía que se lo ganaba, cuando el concursante perdía en el último minuto uno también se quedaba un poco triste. Y habían concursantes que terminaban llorando en cámara, a veces porque lo perdieron todo, otras cuando el premio tuvo el poder de cambiar sus vidas de un día a otro.
Y así llegamos al extremo. Cuando los premios llegan a simbolizar un triunfo en la vida, el más grande obtenido jamás. Hay una anécdota que Don Francisco comentó un día en una entrevista y que nunca voy a olvidar. En uno de esos concursos en que en cada paso los premios se iban acumulando y cada vez el premio era más grande, hubo un concursante muy humilde que en su cuarto de hora de fama se lo ganó todo. Luego de un tiempo, Don Francisco fue a visitarlo. Vivía en condiciones muy humildes, pero tenía una pieza de madera que albergaba algo especial. Al entrar, ahí estaban los premios, en el mismo orden en el que estaban en el set de televisión. Sin uso, cual trofeos. Cuando el animador le preguntó a esta humilde persona el por qué, le respondió que eran los logros más importantes de su vida.