El dial FM se sigue moviendo. Luego de la vuelta a la pista de Radioactiva, la "fusión" Hit-40 (que de 40 tiene el puro nombre y, más encima, ocupando dos señales por las puras) y la mutación de W Radio a la nueva ADN (emulando a la Cooperativa y con programa de Don Pato Cuevas incluído). Pero hay un cambio que llamó mucho más mi atención, pese a ser sólo una señal santiaguina. Club FM morirá este fin de semana, luego de apenas 1 año y dos meses de vida, para dar paso a Paula FM. Sí, otra radio pa' minas.
Me sorprende el hecho de que Club se haya mantenido en pésimos lugares en encuestas de audiencia y para colmo, haya terminado en la última encuesta de sintonía de Santiago como la menos escuchada de todas las FM, sobrepasada hasta por radios religiosas y universitarias. Y sinceramente no se lo merecía. No tengo explicaciones. Algunos decían que tenía mal sonido, que a ratos parecía playlist de mp3 bajados del Ares o de feria persa. Talvez el exceso descarado de radios anglo le haya pasado la cuenta. Talvez aún ronde el fantasma del señor Uros Domic, un pinochetista acérrimo, anterior dueño de la frecuencia, en la que funcionó Sintonía hasta el 2006. Talvez su lugar al final del dial. No sé.
Fracasos de radios en el pasado, como el de la mutación de la radio Nuevo Mundo (antes de ser de los comunistas) hacia la señal infantil Mundo Nuevo, o la precursora de Universo, Radio La Naranja, no se comparan al caso de Club. El primero, porque poner una radio infantil era algo demasiado arriesgado. El segundo, porque a comienzos de los 80 la FM aún era un lugar de experimentación para muchos. La FM se la empezaron a tomar más en serio a mediados de los 80, y con todo a fines de la década, cuando la sintonía total de FM comenzó a superar a su similar de AM aquí en Santiago. Pero Club no era una radio mala. Bueh... talvez algo experimental, pero no mala.
Paula FM es propiedad de los mismos señores del Grupo Dial, o sea, Copesa. Viene con una propuesta "para la mujer sofisticada", o sea, ná de cahuines tipo Pablo Aguilera. Una radio pa minas ABC1. Destacan como sus voces a Consuelo Saavedra, Monserrat Álvarez y Alejandra Parada. A la última no la cacho. Pero ahí se verá.
Paula FM parte este lunes. A ver qué onda, literalmente.
Ayer en la picá, un par de tipos venidos a menos conversaban de unas ideas de negocios con las que, talvez, pensaban salir del hoyo. "Lo que viene ahora es vender comodidad...", decía. Y tan equivocado no estaba. Porque, pa qué estamos con cosas, el chileno es bien cómodo. Si no me lo cree, vaya a tomar el Metro a La Cisterna como a las 7 y media de la mañana. Los hueones se lanzan como pirañas y hacen desaparecer los asientos de un tren completo en dos segundos. Y ahí va ese de medio pelo que se sentó y que se le iluminó el caracho y se sintió triunfador porque tuvo dónde reposar el poto hasta Los Héroes, lugar donde cambió de línea y volvió a ser de la plebe. Y su poto flácido quedó en evidencia, claro.
Hoy en la mañana volví a recordar ese concepto de comodidad. Subieron al Metro unos cuántos de estos tipos medios flaitongos con unos trajes de dos colores con la leyenda "Transportes CCU". Si no fuera por ellos, nuestra comodidad de ir al refri y sacar una gaseosa -o una chelita pa' los que toman- se vería seriamente comprometida. Pero ahí estaban y no llevaba 30 segundos de viaje, aprovechando que hoy no se arrojaron las pirañas y al fin me pude sentar, cuando de pronto, de la nada, aparece una señora con guagua al más puro estilo Carlos Pinto -faltó la pura neblina no más- y uno de estos iluminaítos, flaititos, me pide amablemente el asiento, haciendo señas con los brazos haciendo show para el resto de la gente. Le faltó gritar no más pa' hacer el show completo. Cedí el asiento, no sin lanzarle el caracho en seco. Al minuto después, se desocupó otro asiento y el flaitito me ofreció que me sentara, pero ni lo pesqué. Treinta segundos después, el asiento lo ocupó él.
Flaite, sí, pero hueón, jamás.
No sé cómo le irá al tipo de la picá, que se comía una cazuela y le daba vueltas con el amigo a esa idea de "vender comodidad". Lo que pasa es que al chileno le encanta aprovecharse del sistema, queriendo tomar vino de exportación a precio de garrafa, y queriendo viajar en primera clase pagando un pasaje de Metro.
Y te agarrai con uñas y dientes al asiento, porque pa' eso pagaste.
De la primera vez que me llevaron a un supermercado casi no me acuerdo. Me llevaron al Uriarte y Garmendia que estaba cerca de la Estación Central, al antiguo, antes que se quemara, con sus pasillos estrechos y yo en el carro al más puro estilo Maggy Simpson.
Unos años después, el mismo día del terremoto de 1985, mi viejo me llevó al supermercado Toqui, que quedaba a una cuadra de la plaza de Maipú -y que no sé si aún existe-. Lo único que fuimos a ver fue el desastre de cajas y latas repartidas por todo el piso y los reponedores limpiando las latas con un paño húmedo y esperando que la gente las comprara con las etiquetas despedazadas. En realidad, al Toqui no íbamos nunca. Al que de verdad íbamos era al Egas que estaba justo frente a la plaza. Ahí me compraron el primer cepillo de dientes musical del que tenga memoria. En tiempos en que la salsa de tomates sólo se envasaba en tarro, al igual que la cera para piso, y los tubos de pasta dental eran de aluminio y costaba sacarles todo el contenido.
Luego, cuando estudiaba en el Instituto, un día me metí a un La Bandera Azul que estaba en el centro y que tampoco sé si todavía existe. La sensación de supermercado vintage sesentero que daba a la vista en plenos años '90 se confirmaba rotundamente una vez dentro. Junto a todo esto, el ingrediente auxiliar infaltable: la música de supermercado. En mis arrebatos de nostalgia me da por tener gigas y gigas de música orquestada, para volver a una época que dificilmente regresará y que hace rato ya se la comieron los códigos de barras, los megamercados y la modernidad. Ni rastro del personaje que recorría los estantes con una etiquetadora poniendo a cada paquete, bolsa, lata, una etiqueta con el precio.
Toda esa nostalgia se muere con las visitas al supermercado de hoy, en donde dejan de hacer pan de hotdog para que se vendan los packs rancios de pan Ideal que quedan en los estantes, cuando uno se encuentra a diestra y siniestra con envases de productos consumidos sin pagar, cuando saco envases de los estantes y estaban rotos, cuando quiero comprar una torta de CDROM y el vendedor no sabe lo que tiene en stock... y un largo etcétera que, de veras, me da ganas de ir al supermercado Toqui el día después del terremoto, el que de seguro es un lugar mucho más ordenado y donde las cosas funcionan mejor.
Si hay música orquestada, se las dejo pasar. Pero ni eso.
Decir Chispita es acordarse de la época ochentera, de los dieciochos de septiembre y de ese engendro recordándonos no elevar volantines con hilo curado -que por demás actualmente es ilegal-. Luego apareció haciendo un llamado a apagar teles, lámparas y cuanta cosa con enchufe encontráramos al paso. Debe haber sido un pésimo negocio para Chilectra. Imagínate, una mascota institucional llamándonos a no consumir el producto de la empresa para la cual trabaja. Insólito. Sería como si Ronald McDonald llamara a quemar cajitas felices en plena Alameda. Pero era posible. Más aún, muchos recordarán la pegatina que se colocaba en el interruptor y que brillaba en la oscuridad. ¿Quién no esperaba ansioso la hora de apagar todas las luces para ver la pegatina brillando en la oscuridad? Esa pegatina me imagino que les costó cientos de millones de pesos en pérdidas. Con el paso del tiempo, el brillo de esa Chispita desapareció igual que su fama, varios años decaída, hasta que en una idea brillante lo hicieron renacer, como el ave fénix, con un jockey hacia el lado y una voz más teenager. Y con sitio web y todo.
Don Graf, en tanto, no tenía esa vida bonita de Chispita. La verdad es que lo mandaron desde "ese país al norte de Latinoamérica" y, cuando supo que venía a Chile, estuvo varias semanas cagado de miedo. Pero llegó y se le pasó el susto al comprobar que el delincuente chileno era mucho más rasca de lo que se cree fuera. Algunos dicen que hasta le dio ataque de risa. El asunto es que apareció en la tele y en insertos de diarios predicando la desconfianza a cualquier cosa que se mueva.
En cuanto a Forestín, todos dicen que es un castor pero en verdad es un coipo. Se cuenta que los de la Conaf estuvieron varios años cabeceándose para encontrar a alguien capaz de llevarse la tarea de defender los árboles. Pensaron en algún superhéroe gringo, pero la verdad es que por ese año 1976 todavía el país se estaba recuperando económicamente de ese cagazo de triste recuerdo, y no había plata ni para traer a Super Ratón. En eso, apareció este dentón simpático en uno de los tantos viajecitos al sure para ver en terreno el desastre del último incendio forestal. Lo pillaron en plena faena. Le preguntaron si podría hacerse cargo de una campaña nacional masiva. O sea, con tanto incendio no tenía ni un tronco que comer y estaba muerto de hambre. Dijo al tiro que sí. De ahí en adelante, cada vez que se le podía ver apagando un incendio forestal era pa' la pura tele no más. A veces lo llaman para que vuelva, pero siempre dice que es un personaje retirado de la televisión y que la tele de hoy le apesta porque es pura farándula. En el fondo, es secreto a voces que Forestín tiene miedo de que los del SQP descubran que es un vago y que, lejos de defender los árboles, se los come...
Pero hay un personaje que talvez es el más humilde y bajo perfil de los tres: Segurito. Esa caja con patas que te dice que tienes que usar casco hasta para lavarte el pelo. Los intentos por saltar a la fama masiva han sido tantos que el pobre guardián de la seguridad terminó agotado. Hasta que en una cadena de cines se acordaron de él y lo llamaron para que le hiciera compañía a un tal Gato Joe. Dicen que Segurito con su nuevo trabajo se ahorró hasta las visitas al psicólogo cuando cachó que habían seres más miserables que él.
Cuando el Gato Joe descubrió que, tras la llegada de Segurito, las salas de Cinemark se llenaban un 1% más rápido, se urgió en mala. Dicen que estaba en conversaciones para ser segunda mascota en Paz Ciudadana, pero cuando le dijeron que iba a trabajar junto con un perro, arrancó. Luego fue donde Forestín, pero éste le dijo que ya estaba retirado hace rato. Finalmente, el único lugar que le estaría quedando como reemplazo, cuando le den la patá los de Cinemark, es acompañar a Chispita. Incluso, se cuenta que ya habría estado a prueba junto con Chispita en un evento masivo pero, para mala suerte de los dos, en un manotazo el Gato Joe le habría desatado un zapato a Chispita, saliendo al instante un olor a pata, a hongos y a calor de años...
El blog anterior lo cerré un día 3. Éste lo abrí 3 días después de eso, un día 6 = 3 + 3. Este blog ha tenido un total de 9 logos, los que ven. 3 * 3 = 9. Nueve, como los años que me tomó hacer todos los cursos de la u, cuando "en circunstancias normales" son sólo 6, o sea, 3 años más. Si tomamos cada letra del nombre "Canal Pretoriano" y la reemplazamos por su número correlativo (sin considerar número para la ñ, o sea, con el alfabeto gringo de 26 caracteres) y sumamos todos los números, da como resultado 162. 1 + 6 + 2 = 9 que es igual a 3 * 3, que es igual al número de logos.
Todo lleva al número 3. ¿Qué cosas, no? Tres años que hoy cumple Pretoriano, desde que viera la luz como el blog del robotito que vivía en sus espacio de 20 x 20 (porque un mundo de 3x3 hubiese sido muy fome). Nerd o lo que sea, y aunque algunos ya lo saben, el nombre de Pretoriano nació de una tarea de Inteligencia Artificial, en que había que programar en Prolog un agente que reconociera lenguaje natural y en que, en el ejemplo de enunciado, su frase de bienvenida era "Hola, soy Pretoriano". Una tarea que no terminé y que contribuyó a echarme el ramo. Lo que demuestra que hasta de los tropiezos se puede salvar algo.
Gracias a todos los que aún vienen a ver qué hay aquí. Para los de esa época, la de los niñitos con juguete nuevo, de los blogueros de la vieja escuela, el abrazo va el doble de fuerte.