¿Revisemos Tapsín? Los chicos de Maver, hace dos décadas, se tiraban uno tras otro. Y así, llegamos a un réclame de Tapsín Período que NO, reitero, NO es “le saco la sal”. Gracias a Tapsín Período, hace dos décadas, una soa, como cualquiera de este país, que quiera revivir la llama, y que, sin ser una belleza canónica despampanante, igual se regalonea su poquito, puede transformar los dolores de cada mes por terminar el día con su mono, pero en versión mino, cuico high life y sin rastro de modales de roticuaco. Tapsín Período “te arregla el mono”, decían.

Pa’ mí, por lo menos, imposible comprobarlo, aunque vuelva al 2002. Elijamos creer.

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[vía (4:44)]

Ya se apareció marzo, y los brocacochis vuelven a la escuela. Y sí, esto era un Chile paralelo. Un Chile donde los micreros les paraban a los escolares y en donde los escolares saludaban de besito al micrero, como si fuera el tío del furgón. Yiaaaaa.

El Comité Nacional de Educación de Tránsito puso mil y un avisos en la tele recordándole buenas prácticas a la gente a la hora de usar la calle… y también desaconsejando hacer burradas, obvio. Pero esto… uf.

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[vía (6:10)]

Y una noticia que pasó bien desapercibida, entre tanto Festival de Viña, fue el anuncio que realizó Movistar Chile en el marco del Mobile World Congress que se desarrolla en Barcelona, España, y que la prensa informó el pasado 28 de febrero. La compañía confirmó que ya desconectó todos los teléfonos públicos del país. Los pocos teléfonos de este tipo que quedaban en funcionamiento fueron silenciosamente desconectados uno por uno, sin que a nadie le importara. Es, queridos hermanos en la fe, el fin de una era. El único teléfono público que dejaron funcionando fue el de Cachiyuyo, Región de Atacama.

Y ahora, para despedir a nuestros fieles amigos, una llamada como la primera llamada que hice en un teléfono público: La hora exacta… 22… horas… 29… minutos. La temperatura… 23… grados. Gracias por llamar.

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(vía)

Hubo varios nombres con los que las tiendas llamaron a sus liquidaciones (distintos a decirle “gran liquidación” o cosas de ese corte), pero hubo una liquidación que casi se carga la vibra de una generación completa: La Gran Barata Village. Cuando recordamos Village, recordamos cosas en onda girly, o regalos especiales, o tarjetas de saludo que no eran del montón. Pero cuando Village anunciaba su “Gran Barata”, como que ya lo que se anunciaba no era tan especial y en vez de eso, se acentuaba lo barato, al punto que daba una vibra peligrosamente cercana a los mall chinos de ahora. Con dos chauchas armaban un réclame. En todo caso, nunca fui a una Gran Barata Village, así que esto es sólo la impresión que dejaba al verlo por la tele.

Y sí, a nuestra “pausa publicitaria” desde ahora le comenzaremos a llamar Réclame, porque es una palabra chistosa que no se puede perder, que la tuvimos metida tanto tiempo, que viene casi desde los orígenes de la publicidad, es más universal de lo que muchos piensan, y hay que rescatarla.

[vía (31:30)]

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Cuando el verano ya comienza a entrar en tierra derecha (¡no, Oompa, marzo no es verano!) revisamos promos de temporada de las que gozábamos antes de internet y, sobre todo, antes de los sellos negros. La CCU había hecho volver en 1988 su promo “Vístete Free” pero ahora sí a lo grande, sumando además a Orange Crush y Canada Dry. Como su nombre lo dice, regalaban prendas que aparecían bajo las tapas, como poleras y shorts, pero también otros premios más fáciles de ganar, más baratos pero más divertidos, como anteojos, corbatas humita, viceras, quitasoles y hasta globos de agua. Fue la auténtica promo entretenida del “barato, pero haaaaarto”, un poco emparentada con otra promo parecida, pero que regalaba bromas, también de la misma CCU, pero en otra temporada. Y no, esta época de promos con regalos bajo la tapa difícilmente volvería…

- ¿Cómo que no volvería? Se podría hacer un concurso por internet, se jugaría escaneando el QR de la tapa y concursando por códigos que…

- ¡Seguridad, sáquelo!

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Y nuevamente terminamos recordando un juguete importado por Abramowicz (ya saben, “Abrámovish” pa’ los amigos). En 1982, Hasbro lanzó en USA el Glo Worm, un peluche gusano con pijama que tenía una cabeza que, al apretar el mismo peluche, brillaba en la oscuridad. La pegó tanto en el país del norte, que dos años más tarde, en 1984, lanzaron por allá también el Glo Bug, un insecto con la misma premisa. ¿Qué insecto? Ni idea. Y, por si con dos no basta, y recurriendo al comodín juguetero ochentoso, también nos trajeron al Glo versión guagua: el Glo Baby. Porque, si lo tenemos que hacer creepy, hagámoslo con todo: una guagua que brille en la oscuridad. Muaja jaja.

Y para rematar, un crossover que no lo veíamos venir (o tal vez sí): Abramowicz “arrancándose con los tarros” recomendando pilas Duracell. Nah, Hasbro no tiene idea, pero voh dale. Porque con pilas de otra marca, el Glo Worm no anda ni pa’ atrás. Se sabe.

Este aviso se pasó en Chile en 1988 y desconozco (o no recuerdo) si al Glo Worm y sus amigos nos los habían presentado ese mismo año por la tele o antes.

¿Recuerdan la serie animada de los Glo Friends? Se lanzó en USA en 1986 (y nos llegó tiempo después) y tiene todo que ver con el Glo Worm y sus amiguis. Un comercial de media hora. Imperdible (?)

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Ya llegan los tiempos de “el festival”. Porque así le llamábamos en la era ochentosa, porque era el único evento masivo que había, era el único festival que había, por lo que llamarlo “de Viña” era innecesario, hasta redundante si me lo preguntan. Y había sponsors que eran clásicos y estaban fijos cada año, entre ellos Wella. La compañía, hoy devenida al nicho profesional, en los ochentas era masiva. Tenía varios productos como el Koleston, el Lifetex y, por supuesto, Olapón (que si lo conociste como Olapón, y no como Wellapon, porfa toma tu carnet y lúcelo con orgullo). La versión más antigua, la del jingle cantado, es la que se recuerda más. Pero también está esta otra, de fines de la era ochentiloca, que igual es una joya y, a ratos, una cápsula del tiempo.

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Ya entramos hace rato con todo a la onda escolar, y es aquí cuando rescatamos el gancho de venta de una afamada pero ya extinta multitienda. El cuento de todos los veranos con Michaely (¡la-gran-tieeeen-daaaa!) y sus uniformes, era que todos traían regalos. También mencionaban su calidad, resistencia, precio conveniente y que encima eran bonitos, pero el punto llevado a la insistencia era que, por la cresta, dejar marcado hasta la saciedad y más allá que, escucha bien esto y que te quede en tu cabeza de burro: ¡TODOS TRAEN REGALOS! Y ya, saltando a la siguiente década, el mensaje se hizo aún más impajaritablemente simplificado: ¡todos traen regalos! (y ya, listo, porque absolutamente nada más importa).

Muchos de mi generación aprendimos a temprana edad a desconfiar de estos ofertones, por consejo de nuestros papis, que ya tenían súper claro que una multitienda nunca regalaba nada y que, al final, había que comprar mirando el producto en sí y no los regalitos. Llámenlo “compra inteligente”, “cultura de pobre” o como se les ocurra.

¿Todavía se podría hacer? Obvio, y saldría hasta más conveniente: después de comprar los uniformes, haz tú mismo una visita flash al “chino” y cómprale a tus brocacochis cosas de a luca, que al final son como parecidas. Y, mira tú que choriflai, podís hasta elegir el “regalo”. ¿No te parece genial? OK, no.

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Sobre una de las radios que existió antes de Universo en el 93.7 de Santiago, La Naranja, el material que existe es escaso, por no decir casi inexistente. Con dos chauchas de presupuesto, hacían avisos como éste para la tele, en que estrellas de la música trataban de introducir la nueva radio. Ya hacia mediados de la década, los dueños decidieron liquidar La Naranja y crear Universo FM, que duró muchos años, hasta que luego fue vendida a la Compañía Chilena de Comunicaciones (Radio Cooperativa), y más recientemente, vendida a Medios Regionales de El Mercurio, sus actuales dueños.

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En la era noventosa, todo bien con las galletas Museo McKay. Hasta llegó a existir una galleta Museo en versión sandwich, o sea galleta, crema, galleta: la Museo Caritas. Con un jingle pegote pero olvidable, llegaron a engrosar más la familia de las Museo. Aunque, en serio… ¡qué necesidad de hacerlas tan creepy, Dioh mío! Las caritas tenían los ojos blancos por la crema y, en el réclame, encima de todo, las mostraban con la crema desbordándose.

¿Alguien sabe cuánto duraron? Porque yo no las vi nunca.

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