Ayer, con David Gates de telón de fondo, tocó despedir las redes sociales.
Lo curioso es que lo que detonó finalmente dejar de usarlas no fueron los contenidos ni la toxicidad esparcida por quienes, de lado y lado (sÃ, de lado y lado) construyen su mensaje a punta de odio o fanatismo para conseguir un par de clics más. Fue la ansiedad. Esa ansiedad que te controla la mente, que te hace volver cada dos horas a ver si ha pasado algo o si esa persona que te interesaba te aceptó. Y, como de costumbre, y como ha sido mi historia, todo terminó de la peor forma.
Dedicar años a recordar cosas viejas usando redes sociales, no fue del todo una pérdida de tiempo. Volver en el pasado, a donde uno fue feliz, fue algo que me permità hacer y que le regalé a quienes pasaron por allá. Lo bueno fue que no estaba solo y, cuando los de siempre dejaron de venir aquÃ, encontré a otros por allá. Hasta que llegó un momento en que, al hacer el balance de lo bueno y lo malo, no dieron las cifras.
Mis redes personales desaparecieron. Las de este boliche, quedarán como archivo. Cerrar todo y dejar aquà todos los videos rotos de Instagram que van de este año serÃa hasta ridÃculo. Patético. Como armar un show tonto, cuando la solución, al menos en los papeles, era más fácil: simplemente, dejar de usar.
Nadie cachó que allá por ahora se terminó todo. Ya lo notarán.
"...and remember, goodbye doesn't mean forever..."
Dicen que dejar una esperanza duele menos.